domingo, 25 de marzo de 2012





UN PLAN NEGRO

A veces, el rock mira al mundo sin ilusiones, con ironía y desde una visceral negación de sus poderes salvadores. Otras veces, aparece como el abanderado de la resistencia, sin dejar de reírse de que vaya cambiando la voz. Quizás, esta ambigüedad esté en los mismos inicios: resulta complicado pensar los orígenes del rock sin evocar la imagen de aquellas infinitas máscaras negras que se pusieron los blancos en un momento de la vida norteamericana, invirtiendo en el plano psicológico la ecuación dominador/dominado, que prevalecía en la sociedad de entonces. Y parece relevante dejar posar esta idea en el borde inicial de una crónica de sábado a la noche, porque las bandas que dejan huellas, no solamente esgrimen calidad musical, sino también una manera de caminar y de torcerle el brazo al mandato establecido.

Una banda merece escucharse cuando mira y canta por la hendidura desde donde se sangra, se siente y se grita.

Además, hace rato que todos somos unos negros de mierda. El mundo se empeñó en romper la ilusión burguesa de la casa propia, el autito en cuotas y los chicos en la escuela hasta que esté la comida, y nos volvió sujetos flexibilizados, de ademanes mecánicos y necesidades superfluas, conectados por caracteres maltrechos y conexiones clandestinas.

Como negros de mierda que somos, eso me decía un nuevo amigo peruano, con quien nos bajamos una birra antes de ir a 990. Encontrarme con este hincha de Alianza Lima (que terminó yendo a escuchar punk a otro costado de la noche) no me pareció una fugaz coincidencia: esa charla acerca del estupor citadino antes de entrar al templo cordobés del rock a disfrutar del show de una banda de las características de Armando Flores, parecía responder a un plan tejido desde los comienzos por algún anciano sabio, y morocho.

Desde hace mucho tiempo, el escenario donde toca esta banda es una esquina pintarrajeada de una urbe cualquiera, donde se respiran olores reales y angustias pasajeras; es una fiesta popular donde uno puede cruzarse con un cross involuntario de Jorge Cuello (reconocido artista plástico, responsable del exquisito arte del nuevo disco, y casi uno más de la banda), que baila y me clava un codo en la oreja, cual Schiavi yendo a buscar un centro; un entablado montado en el patio de cualquier casa de San Vicente o Puebla, donde Scotto pela la viola y le da dura batalla a los molinos de humo, cayendo y volviendo a levantarse de un solo riff, como los guitarristas que me gustan. En la noche de 990 se repite el escenario: se escucha que “el Félix” es el mejor, se recuerda el nombre de Bam Bam y se agradece a la gente que le pone a la movida el tórax que todavía le queda sano.

Cuando vas a un concierto de Armando viajas a un pueblo de Latinoamérica, donde tenes que correr rápido, desnudo y haciendo equilibrio entre el Bien y el Mal. Ahí, entonces, está la banda, que toca para que nos sintamos bien.

Desde las 3 (después de la apertura con Pobre Vieja, de la ciudad de Almafuerte), los Armando comenzaron a cortar los bifes al otro lado del rio, y la noche se abrió de piernas. Esta banda, a pesar de haberse ausentado por varios años, ha vuelto a grabar (El Cemento de Dios, 2011) y tocar, buscando -con una gran honestidad artística- plantarse en una identidad propia ya largamente construida. En el show en 990 de este sábado, volvieron a encender sus fintas personales, sus climas que transpiran perfumes locales y sus letras de topo, amor y descontento.

Surgidos en la intemperie de la década menemista, en pleno ejercicio de la desmemoria y la chatura cultural, los Armando pueden acreditar ser considerados unos pioneros en esto de atravesar el muro de la inacción. El sábado, se vieron las raíces negras de su impronta funk, el lenguaje popular y el tufo latino, los inevitables y rotundos hits, el Ají cantado con la gente, debajo del escenario, en una comunión febril que no se extingue; todos estos ingredientes, y más, sirvieron para tener la certeza que esta banda sigue despertando admiración y respeto, mientras se permite seguir creciendo musicalmente.

En el centro de la escena se lo vio a un Ají como perfecto maestro de ceremonia, hábil para decir y dispuesto a generar un show aparte; un Ají que le cruzó varias veces su bajo a Lucía Rivarola, que fue invitada a subir y tocar en varias oportunidades: Pero no fue la única invitada. De hecho, momentos de gran contenido hipnótico se vivieron con otros 2 invitados. Por un lado, Jenny Nager subió para hacer una versión psicodélicamente delirante de Noche Azul, y luego, algo bastante esperado: Negro Chetto subió para hacer un par de temas, que generaron uno de los momentos más altos de la noche.

Pasadas las 5 de la mañana, la última estación musical me fue alejando hacia la puerta, a encontrarme con los vestigios de la máquina de generar espectadores. Siempre me quedo temblando cuando me gusta un concierto, y eso me apura a pensar. Y me iba embrollado con aquello de que el mundo se ha convertido en la tribuna de un estadio gigantesco desde donde miramos rodar las cabezas de unos pocos gladiadores, entrenados para contemplar todo sin cambiar nada de nosotros mismos y del entorno, limitándonos a cumplir esa consigna con la mayor eficacia, crueldad e indiferencia.

Menos mal que también tenemos la capacidad de desaprender uno a uno los buenos modales y estimular en nosotros la fidelidad al deseo.

Crónica: Luis Funes

Fotos: Bocha & The Guanacos

jueves, 27 de octubre de 2011

SUSURROS ANCESTRALES


Había una vez una selva donde se levantaban algarrobos, vinales, chañares, itines, garabatos y raíces, que desmenuzaban la tierra y la abonaban; entonces, las hojarascas fabricaban el mantillo que protegía el suelo del calor del verano; además, el paisaje estaba penetrado por lagunas, esteros, bañados y riachos que lengüeteaban cada nido con la espuma en la boca; era un paisaje donde habitaban manchas interminables de lombrices, hormigas, bacterias, pumas, guazunchos, chanchos moro.

Y estaba el hombre, que hacía un pocito en el suelo para desalentar fantasmas, o afilaba sus armas y salía de caza a medianoche; así, en aquel mágico instante, los pactos milenarios hacían lo suyo: alimentos, abrigo y sueño eterno de los creadores. Una visión posada sobre la noche, que invitaba a la danza y al canto, a la celebración de los teros y los zorzales.

Tonolec, también conocido como caburé, evoca un ave del monte chaqueño que con el canto hipnotiza a sus presas. Y eso es lo que pasó en el escenario del Teatro Real el pasado miércoles, cuando el dúo electro-folk-étnico que lleva ese nombre no hizo otra cosa que atraer, convocándonos a los presentes a un rito antiguo y moderno, tribal y a la vez, universal; en plena mitad de semana y a teatro lleno.

Cuando el dúo compuesto por Charo Bogarín y Diego Pérez está sobre las tablas, a uno le brota agua desde los pies, las manos se vuelven mapas misteriosos de espinas y matorrales y la cara se agrieta de tanto sol bien amado, de tanto caminar en solitario. Tonolec toca, canta, actúa, llora, ríe y desnuda un alma ancestral, que hermana mundos que podrían parecer –a simple vista- muy distintos. Allí es donde Tonolec acierta y conmueve: cuando los silencios dicen más que los sonidos, cuando las letras, repetidas, adquieren un sentido que les devuelve el color, el sentimiento y la sabiduría a unas canciones que resbalaron por la coqueta Sala del Real como serpientes que pelean para no extinguirse.

Desde el primer momento (22:15), cuando sonó “Lamentos”, la tierra abrió su gran boca para llevarnos de un solo mordisco. Tonolec es una formación que armoniza el sonido electrónico con la música folklórica o de la cultura toba, y nos remite necesariamente al paisaje, y a los ciclos naturales e históricos del Chaco. Porque cuando Charo le habla a su público revela lo que han venido a poner en esa botella lanzada al Pilcomayo: les habla a los niños y los arrulla con su voz y se deja arrullar por una “Canción de cuna” que la mima desde la memoria, invita con su dulce voz a los enamorados, estremece cuando describe la belleza de los años, o invita a revelar todos los secretos al abrir sus brazos, y danzar. Y así enroscarse plácidamente en nuestra piel.

Y le queda tiempo para homenajear a la mujer y su valentía. Con una mirada que penetraba hasta el desvelo, la cantante citó el coraje de su madre que perdió al compañero durante la dictadura.

Y todo parece tener sentido: detrás de la conmoción hay una recurrencia de la historia, una sistemática y aberrante rueda impune. Primero fueron los antiguos dueños de las flechas, después el gaucho (rescatado puntualmente por la Bogarín como un combativo personaje de nuestro mundo rural precapitalista) y, finalmente, sus descendientes de clase, explotados, perseguidos y asesinados. La lógica macabra del blanco cabrón: bala mata magia, bala mata facón, bala mata ideas. Bala mata naturaleza. Bala mata.

Y esa historicidad es recurrente en la obra de Tonolec. Porque su laburo es un órgano vivo que comenzó a hurgar en la lengua qom desde su primer trabajo (Tonolec, 2005), buscando allí los orígenes, su identidad como músicos. Una identidad que fue ampliándose a partir de su segundo disco (Plegaria del árbol negro, 2008), donde comienzan a versionar a autores de nuestro folclore, hasta incorporar composiciones del cancionero popular latinoamericano en su último trabajo (Los pasos labrados, 2010).

La exquisita mixtura tiene como segundo pié a Diego Pérez, un músico versátil que desde los teclados o la guitarra es coautor de una construcción sonora que se genera minuciosamente. Desde sus acordes aparecen los bramidos de la mitología chaqueña, la oscuridad del cielo, el paisaje y sus insectos. Electricidad y canto toba, sonido envolvente y chacarera, milonga, copla, pero nada ajustado a cánones tradicionales. Por el contrario, las tramas maquinadas se vuelven viento, estampida de pájaros, quietud del alba, espíritu libre.

En el escenario -acompañados por Lucas Helguero (La Bomba de Tiempo)- deshojaron temas de sus tres discos: “Techo de Paja”, “Plegaria del árbol negro”, algunos clásicos del folclore como “Antiguos dueños de las flechas (Indio Toba)” de Ariel Ramírez y Félix Luna, “Zamba para olvidar” de Daniel Toro o “El cosechero”, de Don Ramón Ayala, versiones en lengua toba como “Cinco siglos igual”, de León, o perlitas como “La Luciérnaga”, dejada para el gran final. En cada una de esas canciones, Tonolec reflejó un Universo propio, un lenguaje particularmente enigmático.

Como si cada una de esas canciones hubiera sido susurrada durante siglos.

miércoles, 25 de mayo de 2011

sábado, 21 de mayo de 2011

Eterna


madeja de seda
bahía cristalina
rocío eléctrico

eterna:

amar es

un duende del alma
caminando en el filo
del Bien y del Mal.

Luis Funes

viernes, 20 de mayo de 2011


¿DONDE ESTARÁ EL CIELO?

Se cree que un domingo es como el corazón leve de una mariposa. Ese día se reserva para recuperarse de tanto no-descanso o tomar aire para vivir en el traje desdichado de una cotidianeidad que comienza en pocas horas. Dios, la familia y el fútbol han hecho reserva de este día: es un día para disfrutar de música barroca, y en el mejor de los casos, de un estupendo Richard Cheese con la última birra de la tarde.

Pero, un anochecer de domingo puede arrojar otras certezas. Como la resistencia de algunos brujos incrédulos que desafiaron la extinción del respiro y le metieron norte al Abasto; claro, en Casa Babylon tocaba Eruca Sativa, y la morosidad palmó: el finde no se terminaba, y había brujos que lo seguían buscando.

Eruca Sativa volvió a Córdoba a mimar a su público y se fue mimado y con el pecho hinchado a seguir dando conciertos por ahí. Andan girando por nuestro mapa, pelando su segundo disco (ES) para quienes quieran pegarle la oreja en vivo y, claro, esgrimir los legítimos y contundentes hits de su primera producción (Carne). La doble fecha de ES en Babylon había comenzado el sábado 14 (con la participación de Tristemente Célebres y Mínimo), mientras que el domingo 15, las bandas que acudieron a la cita fueron Takeo Yama, Águilas (este Power-Trío de Rio IV dará motivo para hablar, en vísperas de su placa debut) y los imbatibles Doble N.

Y cuando hablo de mimos estoy tratando de reflejar la complicidad que ha ido generando esta gran banda entre el público. En poco tiempo, Eruca Sativa ha podido transformar las ricas sendas de sus músicos en una rotunda formación que no cesa de acumular prestigio y calidad. Y esa mutación la demuestran en sus shows.

Ese fue el caso del domingo pasado, cuando salieron al destello de las luces cerca de las 23. De principio a fin, desgarraron en tiras el pellejo de la noche dominguera. De un lado, Lula Bertoldi, clavándole notas a una guitarra que pegaba en la frente con pendencieras invitaciones a la furia. Potencia de una voz que se transformaba, que cambiaba, que terminaba por parecerse a la mordedura de un escorpión. Como Carlitos, cada día canta mejor. En la otra ala, un explosivo núcleo de cinco cuerdas que manipulaba Brenda Martin en un frenético rito voodoo que nos permitía disfrutar de una bajista que la descose, que machaca, que se encarna en un poderoso cardioestimulador mientras levanta polvo en el escenario. O quizás era su luz propia. Atrás, más arriba, el Gaby Pedernera es mucho más que una máquina de ritmos o un luchador de Kick Boxing rápido y habilidoso: es una locomotora cuyos efectos sonoros y cortes endiablados se oyen desde la aldea vecina, para regocijo de la tribuna y en función de un Power-trío donde la bata es fundamental para definir su estilo.

El cabeza a cabeza jugado con los temas de ambas producciones fue levantando temperatura a la vez que el incuestionable set permitía disfrutar de severas piezas de ferviente delicadeza y excelente composición. Temas que el público conoce y sigue en sus letras. La lírica de ES se coloca entre la necesidad de trascender con la palabra o el gesto poético, y una exploración de señales verdaderas ahora que hemos dirigido nuestros pasos hacia la nada y nos sabemos sentados en un gran vacío. Puntos altos de la noche fueron las presencias de amigos invitados. Titi Rivarola subió para hacer –quizás- lo mejor de la segunda placa: Desátalo y Amor ausente. El líder de Tórax (banda que viene de visitar México y de asimilar mucho tequila, según la propia confesión del notable guitarrista bajo las luces de una noche cada vez más irrefutable) deshojó notas que pincharon con ajugas pequeñísimas nuestra alma, regalándonos sus solos inconfundibles. También hizo su presencia otro miembro de Tórax, Andrés Arias, que colocó las teclas sobre el soporte cual artesano o zapatero de ancestral oficio y con muchísimo talento condensado en sus manos mágicas deleitó a todos, ejecutando algunas piezas de colección de Eruca Sativa.

Noche de euforia que dejó una promesa de amor entre su público cordobés, que esperará fielmente la vuelta. Un delicatessen para exquisitos que sigue viajando a marcar una huella que a esta altura parece intensa, profunda.

Su música siguió fogoneándose de manera autónoma en mi cabeza desde que pisé el puente para dirigirme a buscar un colectivo en la solitaria madrugada de lunes.


Cuando miré al cielo, supe que el domingo es un día especial donde la verdad reina en su fragilidad.


Luis Funes.

sábado, 21 de noviembre de 2009

La prohibición del Café

La prohibición del Café


El café, esa sustancia tan familiar y decididamente compañera, estuvo prohibido en Rusia, en el siglo XIX, con penas de tortura y mutilación. El consumidor de café era castigado de manera brutal: cortándole la nariz o las orejas.


Pero esta no es la única prohibición del café: la primera ocurrió en 1511, cuando el emir Kair-Bey de Persia fue convencido por los doctores de que era una bebida embriagante y ordenó destruir el producto y cerrar todos los cafés. Además, cualquiera que fuera descubierto consumiento café recibía una paliza y si éste volvía a delinquir, se le introducía en una bolsa de cuero y se le arrojaba al mar. Para suerte de muchos, este edicto fue rápidamente derogado a instancias de su superior, el sultán del Cairo.


Aunque años después, un fanático sacerdote del Cairo, lanzó una enérgica campaña contra esos lugares peligrosos donde se vende café; los fieles salieron enardecidos de las mezquitas a destruir los cafés, mientras la ciudad se dividía a favor y en contra del café. El jeque Belek, gobernador de la ciudad, para poner fin al litigio, llamó a dlos médicos y a doctores en leyes a una conferencia; luego de escuchar con paciencia la discusión entre todos los presentes, ordenó servir café. Luego de tomar el suyo, y sin decir una palabra, se levantó de la reunión y se fue.


Desde ese momento, nunca más se oyó en El Cairo una prédica en contra del café.



viernes, 20 de noviembre de 2009

yo me visto de cenizas

Afuera hay sol.
No es más que un sol
pero los hombres lo miran
y después cantan.

Yo no sé del sol.
Yo sé de la melodía del ángel
y el sermón caliente
del último viento
Sé gritar hasta el alba
cuando la muerte se posa desnuda
en mi sombra.

Yo lloro debajo de mi nombre.
Yo agito pañuelos en la noche
y barcos sedientos de realidad
bailan conmigo.
Yo oculto clavos
para escarnecer a mis sueños enfermos.

Afuera hay sol.
Yo me visto de cenizas.

Alejandra Pizarnik