sábado, 21 de noviembre de 2009

La prohibición del Café

La prohibición del Café


El café, esa sustancia tan familiar y decididamente compañera, estuvo prohibido en Rusia, en el siglo XIX, con penas de tortura y mutilación. El consumidor de café era castigado de manera brutal: cortándole la nariz o las orejas.


Pero esta no es la única prohibición del café: la primera ocurrió en 1511, cuando el emir Kair-Bey de Persia fue convencido por los doctores de que era una bebida embriagante y ordenó destruir el producto y cerrar todos los cafés. Además, cualquiera que fuera descubierto consumiento café recibía una paliza y si éste volvía a delinquir, se le introducía en una bolsa de cuero y se le arrojaba al mar. Para suerte de muchos, este edicto fue rápidamente derogado a instancias de su superior, el sultán del Cairo.


Aunque años después, un fanático sacerdote del Cairo, lanzó una enérgica campaña contra esos lugares peligrosos donde se vende café; los fieles salieron enardecidos de las mezquitas a destruir los cafés, mientras la ciudad se dividía a favor y en contra del café. El jeque Belek, gobernador de la ciudad, para poner fin al litigio, llamó a dlos médicos y a doctores en leyes a una conferencia; luego de escuchar con paciencia la discusión entre todos los presentes, ordenó servir café. Luego de tomar el suyo, y sin decir una palabra, se levantó de la reunión y se fue.


Desde ese momento, nunca más se oyó en El Cairo una prédica en contra del café.



viernes, 20 de noviembre de 2009

yo me visto de cenizas

Afuera hay sol.
No es más que un sol
pero los hombres lo miran
y después cantan.

Yo no sé del sol.
Yo sé de la melodía del ángel
y el sermón caliente
del último viento
Sé gritar hasta el alba
cuando la muerte se posa desnuda
en mi sombra.

Yo lloro debajo de mi nombre.
Yo agito pañuelos en la noche
y barcos sedientos de realidad
bailan conmigo.
Yo oculto clavos
para escarnecer a mis sueños enfermos.

Afuera hay sol.
Yo me visto de cenizas.

Alejandra Pizarnik

jueves, 19 de noviembre de 2009

El Pensador de Rodin y el individualismo


El Pensador de Rodin y el individualismo


La enorme tristeza condensada en la tonelada de bronce de la estatua El pensador, de Rodin, me impulsa a vincular esta obra al “individualismo” moderno. En términos sociales e históricos, la modernidad llega con la superación de la etapa preindustrial, de características rurales, basadas en la tradición y la vida comunal. Significó el triunfo de la razón y la transformación del sentido temporal de la legitimidad. Pero, a pesar de las características liberadoras del nuevo espacio social, el hombre moderno construyó refugios en soledad, donde abandonó la verdad y la sabiduría.

El abigarrado taller de un artista del Renacimiento, con sus maestros, aprendices y la mutua colaboración, me parecieron siempre una representación muchísimo más acertada del trabajo de un filósofo que la sombría figura de El pensador de Rodin. Siempre pensé que el trabajo en filosofía, o en el arte mismo, debía ser un trabajo eminentemente cooperativo y comunicativo, no una aventura solitaria parecida a la del náufrago abandonado a su suerte o a la del corredor de maratón que sólo puede confiar en sus propias fuerzas.

La vida es un trabajo en colaboración con todos los que nos han precedido en esta maravillosa aventura de crear, pensar y sentir, con los que crean, piensan y sienten ahora —con quienes podemos dialogar y de quienes podemos aprender— y con los que vendrán después de nosotros.

En mi soledad he visto cosas muy claras, que no son verdad, escribía Machado, de cara a un siglo XX que rajó la tierra. El individualismo moderno que emana de las imágenes del pensador de Rodin o de Descartes solitario junto a la estufa, me parece una forma totalmente distorsionada de comprender al ser humano. Como sugiere la escultura de Rodin, el individualismo lleva a creer que el ser humano mediante la reflexión y la creación se aísla, se torna un individuo separado de los demás. Me parece que la verdad es todo lo contrario. El uso de la imaginación (y de la razón, claro) nos lleva a los seres humanos a volcarnos en los demás. En el caso de los filósofos y los artistas, se trata de encontrar belleza y argumentos que hagan nuestras vidas —y las de quienes reciben sus señales— más humanas.

¿Qué estamos haciendo para que las demás personas se abran a los demás, para no encerrarse en un individualismo destructor?

Pensemos con radicalidad y comuniquemos lo pensado a los demás: eso es ir contra el individualismo.