miércoles, 30 de septiembre de 2009

Señora Dictadura


Hace unos días, en "Almorzando con Mirtha Legrand" hablaban acerca de la libertad de prensa en Argentina. "...No se puede opinar en la Argentina, porque la gente tiene miedo, por que los K son autoritarios... No apruebo muchas acciones del gobierno K, pero una buena rodaja de salamín -con queso y pan fresco- se me atascó en la garganta: quienes estaban en la mesa eran "peronistas disidentes" (Rodriguez Saa, Romero, etc) que estuvieron con el terrorista economico Menem (entre otros cachivaches) y, en el centro de la escena, una señora que es la verdadera invitada de su programa, donde los supuestos comensales terminan hablando más de la octogenaria señora que de lo que hacen, una señora que invitaba a los generales de la última dictadura a almorzar y contar como habían terminado con la subversion en la Argentina.

Aquí va un escrito de alguien que fue movilizado por uno de los tantos dichos de la Sra Dictadura Mirta Legrand es muy conocida en toda Latinoamerica como una de las protagonistas de la Epoca de Oro del Cine Argentino. Ella no hace honor a ese afecto que le tienen en la América India Un ciudadano argentino decidió contestar a sus desagradables declaraciones respecto a lo sucedido en la hermana republica de Honduras

Para pensar en lo que trasmiten los medios... Que los medios no golpeen las puertas de los cuarteles. Defendamos todos los días nuestro derecho a vivir en DEMOCRACIA. Me dirijo a usted, en mi carácter de simple ciudadano, para solicitarle tenga a bien aclarar —o rectificar— algunas opiniones que vertiera la semana pasada, en su programa televisivo difundido por Canal América, con relación a la situación Política que está viviendo la hermana República de Honduras. Muchos argentinos tuvieron la posibilidad de verla y escucharla decir, señora, que “no le importaba para nada lo que ocurría en ese país hermano”. Desde luego que soy respetuoso de las opiniones de todos, incluyendo obviamente la suya, pero ello no impide tener presente que el simple uso de la palabra puede resultar agraviante e inclusive llegar al extremo de constituir un delito penal, como lo prueba la existencia de los delitos de calumnias e injurias previstos en nuestra legislación. Lo dicho es al solo efecto de dejar en claro que el uso de la libertad que ejercemos al expresarnos —ya sea para decir lo primero que se nos viene a la cabeza o una firmación previamente meditada—, puede tener consecuencias jurídicas. Mucho más aún cuando son proferidas por personas ampliamente conocidas como es su caso, y por medios masivos de comunicación que llegan a millones de personas. En este caso, usted expresó —y volvió a ratificarlo un par de días más tarde en su mismo programa y ante otro panel de invitados— que “no le importa lo que ocurre en la República de Honduras”, mientras que la comunidad internacional, los organismos internacionales y la opinión pública en general coinciden en afirmar que el Presidente Zelaya, de Honduras, elegido en forma absolutamente democrática, fue derrocado por un golpe cívico-militar. Sentí vergüenza ajena al escuchar sus palabras, así como una profunda desazón por la actitud de los invitados al programa ese día -todos ellos políticos que el día anterior habían sido votados por muchos argentinos-, quienes, como toda respuesta, sonrieron ante su exabrupto, denotando al menos complicidad. Me pregunto, como argentino y latinoamericano, y le traslado la misma pregunta, si sus expresiones acerca de la realidad de Honduras ¿debemos tomarlas como una muestra de ignorancia acerca de la historia o -por el contrario- si fueron formuladas con pleno conocimiento de los hechos? Me gustaría creer que su opinión sobre el tema tiene como causa una profunda ignorancia de la historia. Sin embargo, no hace falta ser un experto, basta con ser algo curioso —usted da a entender que lo es— para entender sobre el proceso de formación de los países en el continente americano, y coincidir acerca de las causas que imposibilitaron constituir una patria grande, como soñaban San Martín y Bolívar. En esas mismas razones podemos encontrar las respuestas sobre la reiterada desestabilización e interrupción de procesos democráticos en los países latinoamericanos. Una triste y repetida historia de golpes de Estado, seguidos de cruentas dictaduras, torturas, genocidios y desaparición forzada de personas, dando por resultado todo tipo de violaciones a los derechos humanos. Le anticipo y le ahorro, señora Legrand, la tentación de querer descalificar esta carta, apelando a categorías políticas nacidas en la Asamblea Legislativa de Francia en 1791, ya que la presente no tiene como sustento una cuestión puramente ideológica. Cuando se viola la ley, cuando se desconoce la voluntad popular, cuando se derroca un presidente votado por la mayoría del pueblo, la condena a esos hechos no es ni de izquierda, ni de centro, ni de derecha. Es lo mismo que el encuadre legal sobre un Estado que secuestra, mata o hace desaparecer personas. Tales delitos son de lesa humanidad, cualquiera fuera la posición ideológica que cada uno sustente. Harina de otro costal es que, en general, los reaccionarios tiendan a justificar tales aberraciones. La importancia que tiene preocuparnos sobre la suerte de los procesos democráticos en América Latina es la de construir un reaseguro para todos los pueblos del continente. O al menos, de quienes aspiramos a vivir en países donde la democracia no sea una mera formalidad, sino un instrumento de cambio para lograr sociedades más igualitarias, más justas y más libres. Si no hubiese existido esa preocupación por parte de varios mandatarios de la región, casi seguro que Evo Morales, el presidente de Bolivia, habría sido derrocado. Bueno es recordar que dicho presidente fue elegido por la gran mayoría del pueblo boliviano. Mantener la democracia y la legitimidad de los gobiernos de nuestra América Latina no es una cuestión menor. De esa manera, entre otras cosas, honraremos a los miles y miles de muertos que lucharon por patrias más justas, más solidarias, contra la ignorancia, la pobreza y la desigualdad. Si nos desentendemos de la suerte que corren nuestros pueblos hermanos de Latinoamérica, ofenderemos además y muy gravemente al Padre de la Patria. El sueño del General San Martín fue el de una América Latina unida, una Patria Grande. Se rehusó a pelear contra sus hermanos, pero ofreció volver a pelear cuando ingleses y franceses realizaron el bloqueo en el Río de la Plata, iniciado en 1845. Sería bueno intentar entonces, señora, ser coherentes. Y para ello, no creernos que resulta suficiente con ponerse la escarapela cada 17 de agosto, para demostrar qué tan argentinos nos sentimos ese día. Nuestro General San Martín seguramente estaría hoy peleando por la restitución del Presidente elegido por el pueblo hondureño y del lado de todos los Presidentes americanos que desean luchar por ese objetivo. Espero que lo hasta aquí dicho la invite a interiorizarse un poco sobre la historia y la ayude a reflexionar sobre las opiniones que ha estado vertiendo públicamente durante estos días pasados. Ahora bien, si nada de lo que expresara en esta carta constituyera una novedad para usted, de modo que sus opiniones sobre la grave situación de Honduras hubieren sido el fruto de una posición política tomada, entonces habré perdido en vano mi tiempo escribiendo estas líneas. La saluda atentamente, Daniel Eduardo Gilibert

Para el postre me gustaría helado de limón. Está bueno para pasar el meloso gustillo a represión.

lunes, 28 de septiembre de 2009


Sombras/Ciudad

Desde hace unos cuantos años -medidos en desfiles militares, amenazas de cañón y arquitecturas teóricas cómplices- el espacio de todos se ha ido abandonando... El centro de Córdoba, desde el aumento de la participación de los sectores populares en la renta nacional, era el faro urbano donde se concentraban los deseos de muchos, los cruces de miradas y el inevitable rozamiento; el diálogo de las clases y la exposición de las distintas narrativas que dibujaban sus esquinas y sus luces.
Ese manojo resplandeciente de sensaciones hoy es un oscuro tránsito hacia la estratificación más cruel y más moderna. Hoy hay espacios para "lindos y feos", "ricos y pobres", "de acá y de allá". Los nuevos tiempos han hecho del centro de la ciudad un lugar donde las personas pasan de largo, para ir hacia el lugar "donde corresponden".

Oscuridad, abandono. Miedo, silencio, ceguera: la peatonal como botón de muestra de los dramas sociales y la historia.

El espacio habla.
¿Vamos a tomar una coca al centro?