jueves, 27 de octubre de 2011

SUSURROS ANCESTRALES


Había una vez una selva donde se levantaban algarrobos, vinales, chañares, itines, garabatos y raíces, que desmenuzaban la tierra y la abonaban; entonces, las hojarascas fabricaban el mantillo que protegía el suelo del calor del verano; además, el paisaje estaba penetrado por lagunas, esteros, bañados y riachos que lengüeteaban cada nido con la espuma en la boca; era un paisaje donde habitaban manchas interminables de lombrices, hormigas, bacterias, pumas, guazunchos, chanchos moro.

Y estaba el hombre, que hacía un pocito en el suelo para desalentar fantasmas, o afilaba sus armas y salía de caza a medianoche; así, en aquel mágico instante, los pactos milenarios hacían lo suyo: alimentos, abrigo y sueño eterno de los creadores. Una visión posada sobre la noche, que invitaba a la danza y al canto, a la celebración de los teros y los zorzales.

Tonolec, también conocido como caburé, evoca un ave del monte chaqueño que con el canto hipnotiza a sus presas. Y eso es lo que pasó en el escenario del Teatro Real el pasado miércoles, cuando el dúo electro-folk-étnico que lleva ese nombre no hizo otra cosa que atraer, convocándonos a los presentes a un rito antiguo y moderno, tribal y a la vez, universal; en plena mitad de semana y a teatro lleno.

Cuando el dúo compuesto por Charo Bogarín y Diego Pérez está sobre las tablas, a uno le brota agua desde los pies, las manos se vuelven mapas misteriosos de espinas y matorrales y la cara se agrieta de tanto sol bien amado, de tanto caminar en solitario. Tonolec toca, canta, actúa, llora, ríe y desnuda un alma ancestral, que hermana mundos que podrían parecer –a simple vista- muy distintos. Allí es donde Tonolec acierta y conmueve: cuando los silencios dicen más que los sonidos, cuando las letras, repetidas, adquieren un sentido que les devuelve el color, el sentimiento y la sabiduría a unas canciones que resbalaron por la coqueta Sala del Real como serpientes que pelean para no extinguirse.

Desde el primer momento (22:15), cuando sonó “Lamentos”, la tierra abrió su gran boca para llevarnos de un solo mordisco. Tonolec es una formación que armoniza el sonido electrónico con la música folklórica o de la cultura toba, y nos remite necesariamente al paisaje, y a los ciclos naturales e históricos del Chaco. Porque cuando Charo le habla a su público revela lo que han venido a poner en esa botella lanzada al Pilcomayo: les habla a los niños y los arrulla con su voz y se deja arrullar por una “Canción de cuna” que la mima desde la memoria, invita con su dulce voz a los enamorados, estremece cuando describe la belleza de los años, o invita a revelar todos los secretos al abrir sus brazos, y danzar. Y así enroscarse plácidamente en nuestra piel.

Y le queda tiempo para homenajear a la mujer y su valentía. Con una mirada que penetraba hasta el desvelo, la cantante citó el coraje de su madre que perdió al compañero durante la dictadura.

Y todo parece tener sentido: detrás de la conmoción hay una recurrencia de la historia, una sistemática y aberrante rueda impune. Primero fueron los antiguos dueños de las flechas, después el gaucho (rescatado puntualmente por la Bogarín como un combativo personaje de nuestro mundo rural precapitalista) y, finalmente, sus descendientes de clase, explotados, perseguidos y asesinados. La lógica macabra del blanco cabrón: bala mata magia, bala mata facón, bala mata ideas. Bala mata naturaleza. Bala mata.

Y esa historicidad es recurrente en la obra de Tonolec. Porque su laburo es un órgano vivo que comenzó a hurgar en la lengua qom desde su primer trabajo (Tonolec, 2005), buscando allí los orígenes, su identidad como músicos. Una identidad que fue ampliándose a partir de su segundo disco (Plegaria del árbol negro, 2008), donde comienzan a versionar a autores de nuestro folclore, hasta incorporar composiciones del cancionero popular latinoamericano en su último trabajo (Los pasos labrados, 2010).

La exquisita mixtura tiene como segundo pié a Diego Pérez, un músico versátil que desde los teclados o la guitarra es coautor de una construcción sonora que se genera minuciosamente. Desde sus acordes aparecen los bramidos de la mitología chaqueña, la oscuridad del cielo, el paisaje y sus insectos. Electricidad y canto toba, sonido envolvente y chacarera, milonga, copla, pero nada ajustado a cánones tradicionales. Por el contrario, las tramas maquinadas se vuelven viento, estampida de pájaros, quietud del alba, espíritu libre.

En el escenario -acompañados por Lucas Helguero (La Bomba de Tiempo)- deshojaron temas de sus tres discos: “Techo de Paja”, “Plegaria del árbol negro”, algunos clásicos del folclore como “Antiguos dueños de las flechas (Indio Toba)” de Ariel Ramírez y Félix Luna, “Zamba para olvidar” de Daniel Toro o “El cosechero”, de Don Ramón Ayala, versiones en lengua toba como “Cinco siglos igual”, de León, o perlitas como “La Luciérnaga”, dejada para el gran final. En cada una de esas canciones, Tonolec reflejó un Universo propio, un lenguaje particularmente enigmático.

Como si cada una de esas canciones hubiera sido susurrada durante siglos.

miércoles, 25 de mayo de 2011

sábado, 21 de mayo de 2011

Eterna


madeja de seda
bahía cristalina
rocío eléctrico

eterna:

amar es

un duende del alma
caminando en el filo
del Bien y del Mal.

Luis Funes

viernes, 20 de mayo de 2011


¿DONDE ESTARÁ EL CIELO?

Se cree que un domingo es como el corazón leve de una mariposa. Ese día se reserva para recuperarse de tanto no-descanso o tomar aire para vivir en el traje desdichado de una cotidianeidad que comienza en pocas horas. Dios, la familia y el fútbol han hecho reserva de este día: es un día para disfrutar de música barroca, y en el mejor de los casos, de un estupendo Richard Cheese con la última birra de la tarde.

Pero, un anochecer de domingo puede arrojar otras certezas. Como la resistencia de algunos brujos incrédulos que desafiaron la extinción del respiro y le metieron norte al Abasto; claro, en Casa Babylon tocaba Eruca Sativa, y la morosidad palmó: el finde no se terminaba, y había brujos que lo seguían buscando.

Eruca Sativa volvió a Córdoba a mimar a su público y se fue mimado y con el pecho hinchado a seguir dando conciertos por ahí. Andan girando por nuestro mapa, pelando su segundo disco (ES) para quienes quieran pegarle la oreja en vivo y, claro, esgrimir los legítimos y contundentes hits de su primera producción (Carne). La doble fecha de ES en Babylon había comenzado el sábado 14 (con la participación de Tristemente Célebres y Mínimo), mientras que el domingo 15, las bandas que acudieron a la cita fueron Takeo Yama, Águilas (este Power-Trío de Rio IV dará motivo para hablar, en vísperas de su placa debut) y los imbatibles Doble N.

Y cuando hablo de mimos estoy tratando de reflejar la complicidad que ha ido generando esta gran banda entre el público. En poco tiempo, Eruca Sativa ha podido transformar las ricas sendas de sus músicos en una rotunda formación que no cesa de acumular prestigio y calidad. Y esa mutación la demuestran en sus shows.

Ese fue el caso del domingo pasado, cuando salieron al destello de las luces cerca de las 23. De principio a fin, desgarraron en tiras el pellejo de la noche dominguera. De un lado, Lula Bertoldi, clavándole notas a una guitarra que pegaba en la frente con pendencieras invitaciones a la furia. Potencia de una voz que se transformaba, que cambiaba, que terminaba por parecerse a la mordedura de un escorpión. Como Carlitos, cada día canta mejor. En la otra ala, un explosivo núcleo de cinco cuerdas que manipulaba Brenda Martin en un frenético rito voodoo que nos permitía disfrutar de una bajista que la descose, que machaca, que se encarna en un poderoso cardioestimulador mientras levanta polvo en el escenario. O quizás era su luz propia. Atrás, más arriba, el Gaby Pedernera es mucho más que una máquina de ritmos o un luchador de Kick Boxing rápido y habilidoso: es una locomotora cuyos efectos sonoros y cortes endiablados se oyen desde la aldea vecina, para regocijo de la tribuna y en función de un Power-trío donde la bata es fundamental para definir su estilo.

El cabeza a cabeza jugado con los temas de ambas producciones fue levantando temperatura a la vez que el incuestionable set permitía disfrutar de severas piezas de ferviente delicadeza y excelente composición. Temas que el público conoce y sigue en sus letras. La lírica de ES se coloca entre la necesidad de trascender con la palabra o el gesto poético, y una exploración de señales verdaderas ahora que hemos dirigido nuestros pasos hacia la nada y nos sabemos sentados en un gran vacío. Puntos altos de la noche fueron las presencias de amigos invitados. Titi Rivarola subió para hacer –quizás- lo mejor de la segunda placa: Desátalo y Amor ausente. El líder de Tórax (banda que viene de visitar México y de asimilar mucho tequila, según la propia confesión del notable guitarrista bajo las luces de una noche cada vez más irrefutable) deshojó notas que pincharon con ajugas pequeñísimas nuestra alma, regalándonos sus solos inconfundibles. También hizo su presencia otro miembro de Tórax, Andrés Arias, que colocó las teclas sobre el soporte cual artesano o zapatero de ancestral oficio y con muchísimo talento condensado en sus manos mágicas deleitó a todos, ejecutando algunas piezas de colección de Eruca Sativa.

Noche de euforia que dejó una promesa de amor entre su público cordobés, que esperará fielmente la vuelta. Un delicatessen para exquisitos que sigue viajando a marcar una huella que a esta altura parece intensa, profunda.

Su música siguió fogoneándose de manera autónoma en mi cabeza desde que pisé el puente para dirigirme a buscar un colectivo en la solitaria madrugada de lunes.


Cuando miré al cielo, supe que el domingo es un día especial donde la verdad reina en su fragilidad.


Luis Funes.